
No me consta que ninguna de estas novelas se adaptara al cine, pero siempre me imaginaba al protagonista con los rasgos de John Wayne, el prototipo de actor encasillado en el papel, al cual siempre recordaremos como eterno vaquero del Oeste, hombre duro pero noble. Para mí estaba doblemente encasillado, porque además de interpretar las películas que hizo, en mi imaginación interpretaba también aquellas novelas, en las que no sólo el actor era siempre el mismo, sino que también el guión era repetido, coma más coma menos.
Ahora que han pasado los años, agradezco tanto a Estefanía como a Wayne la gran lección que me dieron. Uno interpretaba siempre el mismo personaje, el otro escribía siempre la misma historia. Como la vida misma. Gracias a ellos aprendí que todos los días de mi existencia serían casi siempre iguales, y que, por mucho que quisiera reinventarme, siempre estaría encasillado en el mismo papel. El primer día que llegué al destino definitivo que ocupo en mi trabajo y contemplé el despacho y el paisaje al otro lado de la ventana, me dije a mí mismo: "aquí voy a envejecer, viendo y haciendo cada día las mismas cosas". Y es que el guión de cada día parece escrito por Estefanía, porque siempre consiste en ligeras variaciones de un mismo argumento: madrugar, trabajar, esperar el fin de semana, las vacaciones, otra vez lunes, otra vez madrugar, trabajar, madrugar, trabajar, etc. Y así un año y otro también. Actor encasillado en un papel, y el guión siempre igual, igual, igual. Esta repetición continua del mismo papel y de la misma historia es la verdad de nuestras vidas, y es la verdad que se oculta detrás de la cara del poder: que no se fundamenta en nada que no sea la reproducción continua y siempre igual de nuestras vidas. Como diría un juez, de alguna manera somos colaboradores necesarios en este delito que el poder perpetra con nuestras vidas.
Cansado ya de estar encasillado en el papel, uno desea reinventarse a sí mismo, escribir un guión diferente, romper la baraja. Como la huelga que hicieron los guionistas de Hollywood, que paralizó los rodajes, uno desearía hacer una huelga de realidad que interrumpiese la reproducción de lo cotidiano. Sí, algún día deberemos hacer esta huelga, enviarnos sms diciendo "mañana no vayas a trabajar, ¡pásalo!". Dejar los platós vacíos y visibilizar cuáles son los fundamentos del poder: nada.
3 comentarios:
Genial. El camino iterativo de la narración del héroe como bildung roman de la vida de los asalariados. Comulgo totalmente con su post.
En la actualidad el equivalente a las novelas de Estefanía son los capítulos de Walker, ranger de Texas.
Lo digo desde el conocimiento etnológico que da tener a un exusuario de novelillas del oeste en la familia, mi abuelo, que ahora se pirra por el universo Chuck Norris.
Creo que el cambio de formato empezó no ya con Bonanza, como sería lógico suponer, sino con la serie de detectives Colombo, cuyo esquema se repite con variaciones mínimas hasta casi el infinito.
1)Un individuo de clase alta comete un asesinato, normalmente sin necesidad pecuniaria de por medio, y urde un plan maestro para salir bien librado.
2)Se presenta el inspector Colombo para llevar a cabo las labores de rutina, un desastrado funcionario de policía que se muestra abrumado por el nivel social del asesino incluso abiertamente admirador suyo "¿sería tan amable de firmarme un autógrafo para mi mujer? En casa todos le admiramos mucho".
3)Paulatinamente, y haciendo gala de técnicas rudimentarias y de unos conocimientos forenses y psicológicos básicos, Colombo va atenazando a su oponente en un cepo lógico hasta hacerle morder el polvo de sus contradicciones.
4)El asesino se derumba y confiesa. Ningún oponente se resiste o trata de escapar violentamente.
Colombo encarnaba así la autenticidad del ser-en-el-mundo del obrero o, en yanky, el poder del americano medio frente al artificio y la sofisticación, cualidades más bien de corte burgués o, aún, europeo (la proporción de villanos con jersey de cuello alto era elevadísima: signo de europeidad semiológica clarísimo).
Un héroe, en fin, con el que cualquier operario, funcionario, oficinista o asalariado medio podía identificarse para tomar justa revancha sustitutiva de sus empiringotados superiores.
Chuck Norris... no me atrevo a pensar que representa para mi abuelo.
Hola! este es mi primer comentario. Primero de todo, dar la enhorabuena al que esta detrás de este blog.
La verdad que cuando uno se vuelve a mirar estas series, llámense Colombo, llámense novelillas del Marcial Lafuente, es porque sentimos que aquellos esquemas y representaciones del mundo , de alguna manera, se empiezan a echar de menos.
Hablando de familia y narración, a mi me ha llamado la atención siempre el caso de mi tio, un campesino de posguerra venido del pueblo a la ciudad y más tarde currela de los de toda la vida, cuya aspiración (frustrada, claro) ha sido siempre la de ser actor para encarnar a sus personajes favoritos: los vaqueros de las pelis del western clásico.
Mi tío, entusiasmado ante esos personajes fuera de la ley capaces de conquistar la justicia social y, algunas veces incluso, la chica y el rancho, (todo en el mismo pack) debía de sentir en su interior cierto deseo de llegar a ser ese no-adaptado, ese rebelde, cuyos valores de justicia eran más fuertes que el propio estatuto legal, incapaz éste de imponerse en el salvaje oeste.
Sin embargo, él, durante 45 años, se levantó a las 4 de la mañana cada día para ir al curro, a repetir su papel de obrero en la fábrica, seguramente para huir de un rol todavía peor, el de niño de posguerra.
Mi tío se encuentra perdido en el relato actual. Seguro. El otro día fui a ver "No es país para viejos" y de ninguna manera lo imagino frente a esa película disfrutando como un niño chico, como le pasaba con el western clásico. Más bien le veo con cara de escepticismo y diciendo al final que la película es mala, pero mala mala.
Y no sería por otra cosa sino porque esa película se ha cargado los esquemas de las pelis del oeste: todos los personajes se mueven por pasta, no por valores como el amor, la justicia o el honor, y no hay vaquero que salve a nadie de nada y, además (advierto que si no la habéis visto, no sigáis leyendo) acaba triunfando el psicópata, el sádico, el ambicioso, por encima de todo y de todos.
Visto lo visto, ¿dónde ha ido a parar aquella empatía con el protagonista, esa envidia por aquel personaje libre y coherente?¿Y qué hacemos sin ese saborcillo de satisfacción al llegar a un final feliz, momento en el que se alcanza la justicia, se recupera el honor, y las cosas vuelven a su cauce?
Por eso, quizá, vemos con cierta nostalgia series como la de Colombo, ya perdidas para nosotros y convertidas en reliquias o ediciones de lujo en DVD a la venta en el kiosko de la esquina, mientras que, a pesar de todo, esas narraciones siguen siendo estatutos vigentes para currelas jubilados, como mi tio.
Bibliografía sobre el tema
Publicar un comentario