domingo, 27 de abril de 2008

¿Gobiernas o haces régimen?


Hace años era un lugar común entre gente joven pretender que entablabas conversación con un recién conocido preguntando ¿estudias o trabajas?. Tiempo después, en los inicios de la Barcelona fashion, cuando Javier Mariscal elevó a la categoría de diseño el dibujo publicitario, el tópico se transformó en ¿estudias o diseñas? Pero ahora que esta ciudad que el 2004 iba a mover el mundo ha descubierto su verdadera vocación de abrevadero de hooligans podríamos empezar a decir ya, con toda naturalidad, ¿cómo vives tu precariedad? cuando nos presenten a alguien en cualquier tipo de evento. Hasta la respuesta la podemos tener ya codificada. A semejanza de aquel ¿Y la familia? Bien gracias, podríamos tener ya pregunta y respuesta homologada: ¿Cómo vives tu precariedad? En soledad, gracias; (con perdón por el pleonasmo).

Entre los gobernantes, cuando se conocen, el saludo debería ser el que da título a esta entrada: ¿Gobiernas o haces régimen? . Porque hace algún tiempo descubrí que algunos países gozan de gobierno mientras que otros parecen sufrir otro tipo de organización política llamada régimen. No sé cuándo comenzó a darse este fenómeno, pero yo lo advertí durante el prólogo de la invasión de Irak. Cuando los medios de comunicación tenían que referirse al gobierno de aquel país, habían usado hasta entonces la expresión convencional "gobierno iraquí", pero de la noche a la mañana los iraquíes pasaron por arte de magia de tener gobierno a tener régimen: tenían "el régimen de Sadam Hussein". Prensa escrita, radio, televisión, tertulianos, todos hablaban del "régimen de Sadam", incluso los que estaban en contra de la invasión.

Fue entonces cuando advertí que la taxonomía de los sistemas políticos era muy sencilla. No tenía ninguna importancia la clasificación que yo manejaba hasta entonces: monarquía absoluta, monarquía constitucional, república parlamentaria, república presidencialista, república socialista, dictadura militar, etc. No. Todo era y es mucho más sencillo, sólo hay dos categorías: los países que tienen gobierno y los que tienen régimen. Para avanzar con seguridad en nuestra investigación, analicemos cuidadosamente la fenomenología disponible. Hay países que siempre tienen gobierno, por ejemplo Francia. Siempre oiremos la expresión "gobierno francés", pero jamás se ha dado el caso, que yo sepa, que alguien haya dicho algo así como "el régimen francés ha desplegado miles de policías en la banlieu de París". Otros países, en cambio, no parecen tener gobierno, siempre tienen régimen. Ya hemos mencionado el caso de Irak. Afganistán, antes de su actual invasión, sufrió el mismo proceso: en Kabul no había ningún gobierno, allí tenían "el régimen de los talibanes". Ejemplos actuales podrían ser Cuba o Irán: el primero tiene "régimen castrista" y el segundo "el régimen de los ayatolas". Venezuela es otro país que aparentemente no tiene gobierno, allí se da "el régimen chavista". En cambio, su vecino Colombia parece que tiene un gobierno, el gobierno colombiano, sin que se sepa a priori porqué no tiene "régimen de Uribe". Observemos los ejemplos privilegiados de Irak y Afganistán, en los cuales se pudo ver en directo la transformación de sus gobiernos en regímenes. ¿Por qué sucedió? No hay que darle muchas vueltas a la cuestión para dar finalmente con la explicación: aquellos países con los que tenemos buenas o indiferentes relaciones tienen gobierno, como nosotros, pero aquellos países con los que tenemos problemas, queremos invadir, o no nos gusta la línea política de su gobierno, tienen régimen. Es así de sencillo. Actualmente parece que no tenemos ninguna intención de invadir Nicaragua, luego podemos dejar que tenga gobierno. Cuando el presidente Reagan consideraba que Nicaragua atacaba nuestros intereses, entonces en Managua había "régimen sandinista".

Una vez descubierta esta explicación, podemos facilitar el análisis de los acontecimientos internacionales y el estado de nuestras alianzas. Por ejemplo, a pesar de las protestas de la Unión Europea por el trato del gobierno israelí a los palestinos, la UE jamás hará nada, absolutamente nada, en contra de Israel. ¿Cómo lo sé? Porque nunca ningún dirigente de la UE ha calificado de "régimen" al gobierno israelí. Así de fácil. Esta sencilla clave interpretativa, en su simplicidad, es maravillosa, porque, en el fondo, el binomio gobierno/régimen no es más que un eufemismo para ocultar el clásico amigo/enemigo que tan bien nos explicó Carl Schmidt. Y esta simplificación brutal lo barre todo, pasa por encima de ejercicios de diplomacia, hipocresía, lenguaje políticamente correcto, etc. Un ejemplo curioso e instructivo es el de los países que oscilan entre un calificativo y el otro. Últimamente parecía que las cosas con China iban bien, el capitalismo se está expandiendo allí y el gobierno chino parece ya una dinastía imperial más de su larga historia con la única peculiaridad de que ahora el cargo de emperador no es hereditario. Pero surgen las protestas de tibetanos, el gobierno chino se hace antipático, y algunos han empezado a decir otra vez "régimen comunista" (!?) o "régimen de Pekín". Si esto degenera en una guerra comercial en un escenario de materias primas escasas, seguirán siendo régimen. Si las aguas vuelven a su cauce, volverán a tener gobierno.

Desde aquí me permito sugerir a los gobiernos de ciertos países que den instrucciones a sus gabinetes de prensa. Cuando repasen cada día las noticias que se publican sobre ellos, que estén atentos. Si les llaman "gobierno" es que no pasa nada. Pero si un día, de repente, pasan a llamarles "régimen", que enciendan las luces de alarma y avisen a la autoridad competente: "señor presidente, movilice el ejército, en la prensa occidental nos han llamado régimen, tal vez quieran invadirnos".

¿Han visto ustedes en la foto lo delgado que está el señor Ahmadineyad? Parece que esté a régimen (una dieta enriquecida de uranio, supongo). Los iraníes deberían preocuparse. Si a ustedes también les preocupa el tema, pueden visitar el blog de Ahmadineyad y comentárselo.

viernes, 18 de abril de 2008

Cartas de navegación



Los antiguos egipcios fueron los primeros hombres en producir cartas de navegación sofisticadas, el conocido por nosotros como "Libro de los Muertos" (su título original era "Libro para salir al día"). Todo muerto que se lo pudiera permitir se enterraba con un ejemplar, pues era la guía imprescindible para orientarse en el país de ultratumba, con una descripción completa de lo que uno se encontraría por allí y consejos con las acciones a emprender en cada etapa para poder completar el viaje hacia el paraíso.

Es una lástima que el cristianismo no tenga un equivalente al Libro de los Muertos. Su existencia hubiera simplificado mi niñez cuando estudiaba religión en la escuela y había que aprender a distinguir cielo, purgatorio, infierno, sheol, gehenna, seno de Abraham, limbo de los niños, limbo de los justos, etc; y además no te aclaraban qué diferencia hay entre el juicio particular y el juicio final, ni si cabríamos todos en la llanura de Josafat en el momento de la resurrección. Ahora podemos ver estas cuestiones con un poco más de claridad gracias al inestimable trabajo de Clarence Larkin, quien durante los años de la Primera Guerra Mundial se dedicó a trazar la cartografía de las postrimerías cristianas, y cuyo descubrimiento debo agradecer a Sublibrarian. A título de ejemplo, aquí se puede ver una de sus cartas.

A finales del siglo XV, el primer gramático de la lengua castellana, Nebrija, dijo aquello de "La lengua es el instrumento del Imperio". Pero su propia época vio el nacimiento del verdadero instrumento del imperio: la cartografía. Barcos, brújulas, mapas, compases, astrolabios y relojes eran las verdaderas herramientas con las que descubrir y conquistar el mundo. Trazar paralelos y meridianos, medir latitudes y longitudes, diseñar y fabricar relojes exactos, calcular órbitas y posiciones de los astros... Se elaboró la mecánica celeste, se construyeron observatorios astronómicos, se publicaron efemérides, se envió la flota a explorar y dibujar los perfiles de nuevos continentes. El almirantazgo británico consideraba sus propias cartas náuticas como un secreto de Estado y era una operación de máxima seguridad dotar de copias a los barcos de su flota sin que se produjeran filtraciones.

Aquella gente sabía adónde iba. Trazaban mapas de los lugares que querían conquistar. Observaban la estrella polar o la dirección de la aguja imantada en la brújula y deducían el camino a seguir para llegar a su objetivo. Calculaban, predecían y conquistaban. Decidieron que la historia tenía también su estrella del norte, que la aguja del tiempo señalaba también siempre en una misma dirección, hacia el gradiente de máxima acumulación, acumulación de conocimientos, de riqueza, de poder, de expansión. No sólo habían dibujado los contornos del mundo para apoderarse de él, también habían diseñado cómo serían los tiempos futuros, como si de nuevo tuviéramos el don de la profecía para predecir (y producir) el porvenir, cosa que no sucedía desde la época de los profetas de Israel, como sagazmente nos describe una vez más el genial Clarence Larkin en esta lámina.

Actualmente vivimos en una aparente paradoja. Tenemos la sensación de permanecer paralizados en una interminable calma chicha pero, al mismo tiempo, la inminencia del naufragio nos acecha de continuo. El barco no se mueve de su sitio, pero parece siempre a punto de encallar en arrecifes y abrírsele vías de agua. Una curiosa mezcla de leve brisa y de mar gruesa. Ignoramos cuál es el rumbo que ha marcado el capitán de la nave, ignoramos si ha trazado algún rumbo, ignoramos si hay capitán siquiera en el castillo de popa para indicar al oficial de derrota qué ruta debe trazar sobre el mapa. Sospecho que han cambiado los instrumentos de navegación, y que en lugar de una brújula que señale siempre el norte magnético, ahora usan una brújula enloquecida, una brújula sin indicaciones, cuya aguja señala contínuamente en la dirección, cambiante e imprevisible, de la catástrofe inminente. Los navegantes se limitan a esquivar continuamente esa dirección, a desviar el rumbo en el último momento para aplazar el naufragio, para conjurar los propios límites un día más y poder continuar una alocada carrera, a velocidad cada vez más rápida, por un insólito mar borrascoso y en calma a un tiempo. Es posible sentir a la vez tedio y vértigo mientras ves al piloto haciendo pequeños ajustes con el timón: un cuarto de punto arriba, un cuarto de punto abajo. No vamos a ninguna parte, pero vamos cada vez más deprisa. Y si preguntáramos a los pilotos si saben a dónde nos dirigen, si consultan algún oráculo para atisbar más allá del horizonte, no nos darían ninguna respuesta que fuera más inteligible que los textos del Manuscrito Voynich.

miércoles, 9 de abril de 2008

Mataron a Venancio Flores

Me decía el otro día una amiga que esto de la miscelánea es algo masculino, puesto que la memoria del hombre tiende a centrarse más en los detalles, fechas y datos, mientras que la mente femenina tiende a superarlos y es más proclive a la abstracción y la sistematización. Como se suponía que lo que estaba diciendo no era precisamente un elogio, intentó arreglarlo añadiendo que yo, en mi caso, había sabido hacer de la necesidad virtud sacándole provecho a mi capacidad cerebral para almacenar morralla.

No voy a entrar en la cuestión de la diferenciación sexual del cerebro, sino en otra más importante: la supuesta superioridad de los sistemas sobre los datos. Y es que siempre se ha supuesto que una buena logoteoría es más molona que un montón de hechos, y que si hay hechos que no encajan en el sistema, tanto peor para los hechos. Esto ya lo apuntaba de manera clara Borges en su cuento "Funes el memorioso". Funes era un chico postrado en la cama a causa de un accidente que, en su forzada inactividad, había descubierto que tenía una memoria prodigiosa: era capaz de recordarlo todo. No sólo el árbol que veía a través de su ventana, sino todas y cada una de las hojas, con todas y cada una de sus nervaduras, y era capaz de distinguir en su memoria las diferentes horas del día y los diferentes días en que había visto cada una de las hojas. Borges decía que Funes no pensaba, porque pensar consiste en olvidar los pequeños detalles, en abstraer propiedades comunes a todos ellos y enunciar una proposición o elaborar una teoría.

De teorías y grandes discursos andamos bien servidos. Desde hace siglos. Grandes relatos que creen poder explicarlo todo y que se basan sólo en seleccionar aquellos datos que interesan e ignorar por irrelevantes los que no encajan. Como hace todo estudiante de química o de física a la hora de elaborar una gráfica con los datos obtenidos en una práctica de laboratorio: modifica los decimales obtenidos en las medidas para que los puntos representados formen una línea lo más recta posible. Y es que sucede a menudo que, cuando uno elabora una teoría, ya sabe de antemano a dónde quiere ir a parar, y tan sólo es un recurso literario disfrazar su exposición con la forma de una aparente investigación.

Ahora tengo entre mis manos las amarillentas páginas del "Curso de materialismo histórico" del académico Konstantinov, de la Academia de Ciencias Sociales de la URSS. Este libro, decía él, contiene los principios más generales de la ciencia social verdadera, y explica las leyes objetivas del desarrollo histórico. Parece ser que no debíamos hacer una revolución porque lo deseáramos, sino porque así dábamos cumplimiento a la ineludible flecha del progreso histórico (exceptuando China y otras sociedades hidráulicas de poca monta que no encajaban en el esquema). Introduciendo algo de formalismo matemático se podía pasar fácilmente de los libros de Konstantinov a la psicohistoria de Hari Seldon (imaginada por Asimov en la misma época en que Konstantinov se imaginaba lo suyo), y ver una suerte de continuidad, prácticamente de necesidad, entre las formaciones sociales del siglo XX y las del Imperio Galáctico descrito en el ciclo de novelas de "Las fundaciones".

Ah, pero dejemos ya tanta cháchara y volvamos a complacernos con el dato curioso y olvidado. Ni todo el materialismo histórico de Konstantinov ni toda la imaginaria psicohistoria de Asimov podrían haber explicado lo de Venancio Flores (personaje de la lámina adjunta). Uruguayo como Funes el memorioso, Venancio Flores fue militar y presidente del país. Murió asesinado y el entonces presidente del Uruguay ordenó enviar a sus seguidores el siguiente telegrama: "Mataron a nuestro querido general Venancio Flores: reúna a la gente y vénganse". Pero un telegrafista, al transcribir el código morse en una nota manuscrita, cometió un pequeño error ortográfico, y la nota pasó a decir "Mataron a nuestro querido general Venancio Flores: reúna a la gente y vénguense". A consecuencia de dos letras mal escritas o mal leídas, se desencadenó un baño de sangre y venganza en el país.