martes, 27 de mayo de 2008

La amistad como forma de acción directa


Mornau realizó la película "Nosferatu, una sinfonía del horror" en 1922. Se trata de una adaptación de la novela de Bram Stoker con algunas diferencias significativas: el vampiro es el Conde Orlok, la acción no transcurre en Inglaterra y el mismo título de la película no es "Drácula". Mornau lo dispuso así porque no pudo conseguir los derechos de la novela, propiedad en aquel entonces de la viuda de Stoker. Esos pequeños cambios no fueron suficientes y, ante la evidencia de la adaptación, la viuda de Stoker interpuso un pleito y ganó: un juez resolvió que la película era ilegal y ordenó destruir todas las copias existentes. Por fortuna algunas copias se salvaron y permanecieron durante años escondidas en manos de particulares, y gracias a ellas hoy podemos disfrutar de una obra maestra considerada como la primera película de terror de la historia del cine.

Aquí cabe plantearse un pequeño dilema: lo ordenado por el juez, "lo justo", era que se destruyeran todas las copias, que la película dejara de existir; de hecho, no tendría que haberse rodado. Pero gracias a que Mornau desobedeció una ley sobre derechos de autor, y gracias a que algunas personas ocultaron copias y desobedecieron la orden del juez, hoy disponemos de una obra de arte que, de haberse cumplido con la legalidad, no existiría.

Si a cualquiera de nosotros nos preguntaran qué hubiéramos preferido, el cumplimiento de las leyes y no tener película, o el incumplimiento y disfrutar hoy de Nosferatu, creo que muchos escogeríamos sin dudar lo segundo. Planteemos la cuestión de un modo ligeramente distinto: dado que la existencia actual de copias de la película es consecuencia de varios actos de ilegalidad, para restaurar la justicia y para dar ejemplo, ¿deberían destruirse ahora las copias que se salvaron? Si hubiéramos de hacer caso a las campañas de propaganda de las entidades que se autodenominan defensoras de la propiedad intelectual tendríamos que responder afirmativamente. Por suerte, el sentido común nos indica otra cosa.

Hace ya tiempo que asistimos a una ofensiva legal y propagandística (ellos dirían "de concienciación") de entidades y asociaciones que agrupan a la industria audiovisual. Desde ese ridículo anuncio que debemos ver en los cines antes de la película ("ahora la ley actúa"), hasta todo tipo de demandas legales y cierres de sitios en la red, el último uno dedicado a escribir subtítulos de forma colaborativa y desinteresada. La ofensiva propagandística podría ahorrarse toda la moralina barata que destila y centrar de una vez la cuestión. El mensaje es: no tengas amigos. Puedes escoger entre ayudar a tus amigos e incumplir leyes de propiedad intelectual, o bien cumplir con todas esas leyes y renunciar a tener amigos. Parece un chiste, pero éste es el dilema que nos plantean. Hace unos días un amigo me visitó en casa y se puso a revisar la música y las películas que tengo; escogió unas cuantas que le gustaban y se las llevó para grabarlas. ¿Se supone que tendría que haberme negado ante tal acto de "piratería"? ¿Tendría que romper mi amistad con él? ¿Qué hago, dime, Ramoncín?

Si te interesan estas cuestiones, amable lector, estás invitado a participar en la jornada "Compartir dóna gustet" que tendrá lugar el 31 de mayo durante todo el día en Conservas, calle Sant Pau 58, Barcelona. Allí podremos meditar sobre el tema y decidir por fin si preferimos tener amigos y compartir nuestra riqueza con ellos, o bien si escogemos la misantropía y el aislamiento como mejor manera de garantizar el cumplimiento de la legislación vigente y los beneficios de la industria audiovisual.

¡Ay! quién me iba a decir a mí cuando de niño bajaba al parque a hacer amiguitos que algún día descubriría que tener amigos es ilegal. ¿Ilegal? Es revolucionario.

jueves, 15 de mayo de 2008

La reprise du travail aux usines Wonder




El vídeo que antecede no es ninguna ficción interpretada por actores. Es exactamente lo que dice el título: la vuelta al trabajo en las fábricas Wonder, en algún lugar de Francia. Mientras los trabajadores discutían en la entrada de la fábrica, alguien filmó este diálogo. Acontece al final del Mayo del 68, cuyo cuadragésimo aniversario se ha cumplido ahora. Visto por la gente que no vivimos los acontecimientos, y si hubiéramos de hacer caso a lo que narran los protagonistas bien situados ahora en puestos políticos o mediáticos, pareciera que Mayo del 68 fue básicamente una revolución hormonal. Una revolución centrada en romper tabúes sexuales, lazos familiares, disciplinas sociales, vínculos generacionales, un pequeño soplo de aire fresco en una sociedad encorsetada. Y poca cosa más. Pero fue mucho más, y es lo que este vídeo muestra. No se trató sólo de una revuelta estudiantil, sino que se enmarcaba en un ciclo de luchas obreras y huelgas generalizadas en toda Francia. Pero a las tres semanas de empezar todo, la clase política, la patronal y los grandes sindicatos pactan el final. En el vídeo se ve a dos delegados sindicales de la CGT francesa, uno de ellos se distingue por la corbata, intentando convencer a los trabajadores de que todo se ha acabado y entren en la fábrica. La chica joven, con expresión de asco y casi sollozando, viene a decir: "¡Yo no vuelvo ahí dentro!" Los delegados sindicales insisten todo el rato: es un buen acuerdo, suben los salarios un 10%, es una victoria, hay que saber cuándo parar una huelga, hay que ir por etapas (esto lo repiten mucho). El chico joven de la derecha, que no trabaja en la fábrica, dice que los sindicatos han traicionado a los trabajadores, que ese 10% lo recupera la patronal con la inflación y más cosas, pero es sobre todo la chica la que insiste una y otra vez: "yo no vuelvo ahí dentro", y describe la fábrica como una especie de cárcel de tristeza y miseria. Aunque no lo explicita, comprendemos lo que quiere dar a entender con su rabia y sus sollozos, lo que piensa más con las entrañas que con el cerebro: no nos hemos sublevado por un triste 10% de subida salarial, lo que queríamos era cambiar nuestras vidas, ¡yo no vuelvo ahí dentro!. Y los delegados sindicales dale que te pego: es un buen acuerdo, hay que ir por etapas, blablabla... Al final, alguien que parece el patrón o algún encargado suyo avisa que ya se puede entrar en la fábrica y los trabajadores, dóciles y en silencio, van entrando uno a uno. Esta escena se repitió en muchas fábricas de Francia aquel mismo día. Los delegados sindicales mentían a los obreros descaradamente: cuando proponían votar la vuelta al trabajo en una fábrica, decían que en otras ya habían decidido acabar la huelga, cuando no era verdad; en todas las fábricas repetían la misma maniobra. Estos diez minutos de filmación demuestran, mejor que ninguna historia escrita, lo que son estos sindicatos: bomberos prestos a apagar el fuego cuando el incendio corre el peligro de extenderse.

Esta filmación estuvo años perdida y se redescubrió por casualidad. A raíz del hallazgo se intentó localizar a todas las personas que intervienen para saber qué había sido de sus vidas 30 o 40 años después. Me dicen que, acabado el mayo del 68, acabada aquella situación de excepcionalidad, aquella explosión de libertad, hubo gente incapaz de resignarse a volver a la normalidad, al aburrimiento, al sometimiento y al trabajo, y que algunos se suicidaron ante la imposibilidad de renunciar al cambio que habían saboreado en sus vidas durante aquellas pocas semanas. De las personas de la filmación, la única que no pudo ser identificada ni localizada fue la chica joven. No se ha vuelto a saber nada de ella. Podemos suponer que no volvió al trabajo aquel día. Que se marchó y cumplió lo que decía entre sozollos y gritos de rabia: "¡Yo no vuelvo ahí dentro!".

domingo, 4 de mayo de 2008

Ecos de sociedad

Visitaba el otro día una conocida librería cuando me percaté, con perplejidad y cierto gozo, de que tenía una sección etiquetada como "Miscelánea". Con curiosidad repasé los títulos y ésto es lo que encontré: un libro sobre el cultivo de la marihuana, otro sobre huertos urbanos, un manual de tareas domésticas para hombres separados, una guía de tumbas y cementerios célebres de todo el mundo y un tratado sobre protocolo. Cogí el ejemplar que a priori parecía más interesante: la guía mundial de tumbas y cementerios célebres, pero lo devolví a su lugar decepcionado pues no contenía ningún tipo de ilustraciones que acompañasen el texto. Al salir de la librería, y mientras me dirigía a una cita con dos lectores habituales de este blog (y que son mucho más que eso, pero ésa es otra historia), meditaba sobre los hallazgos que había hecho y decidí que el más aprovechable era el manual sobre protocolo y buenas maneras. Como es sabido, en nuestra época se da un cierto relajamiento de las costumbres que ha provocado importantes cambios en los modos de sociabilidad, tema de estudio y de normatividad del protocolo, especie de pragmática del trato social. Así que, movido tal vez por el hado que dispuso mi encuentro con aquel libro de protocolo, me animo hoy a emprender un esbozo de investigación sobre las relaciones sociales.

Siendo fieles a nuestra particular manera de acercarnos a la realidad, que rehuye de toda sistematización y se complace en la recopilación del dato minúsculo y anecdótico, he decidido centrar este estudio de hoy en una cotidiana e inagotable forma de sociabilidad como es el hábito del cotilleo. Si tú, lector, eres partidario de las tesis de Heidegger, sería preferible que no siguieras leyendo, pues como ya sabes, el pensador del Ser abominaba de esta práctica del cotilleo, de las habladurías, del ansia de novedades, y consideraba que su práctica nos mantenía en la inautenticidad, inhabilitados para, en el silencio, plantearnos la cuestión de la pregunta que interroga por el sentido del Ser. De todas maneras, a riesgo de parecer osado, voy a cometer el atrevimiento de contradecir a tan gran pensador y me permito sugerir que tal vez su juicio acerca del ansia de novedades y la habladuría fue demasiado severo. Pues si es verdad que ser-ahí es ser-con-los-otros, y que el lenguaje es la morada del Ser, ¿qué mejor fenómeno que el cotilleo para estudiar simultáneamente el ser con los otros y el lenguaje, que en este caso habla de los otros? Sí, el cotilleo habla de los otros y de cómo son las vidas de los otros, y es el momento en que el lenguaje comienza a desplegarse más allá de su uso estrictamente práctico y utilitario. Y, en todo caso, tenga en cuenta nuestro posible lector heideggeriano que no es tan importante qué sea el Ser, sino qué hacemos con nuestras vidas, y para eso usaremos hoy el cotilleo como herramienta de investigación.

Cotillear consiste en hablar de la vida más o menos privada de terceros, y hablar más bien mal. El escenario en que tiene lugar esta actividad ha ido cambiando a lo largo de la historia. Actualmente, por ejemplo, suele hacerse en la televisión, a cargo de unos profesionales especializados en esta tarea. En otras épocas era una actividad más autogestionada y se realizaba en lugares donde la gente coincidía de forma cotidiana. Por ejemplo, en la imagen que encabeza este texto, podemos ver uno de tales sitios. Se trata de una letrina pública de la época romana, en la ciudad de Ostia. Todos hemos visto películas donde personajes romanos hacen vida social en las termas y discuten los importantes asuntos del Senado mientras se bañan o reciben algún masaje. Pero por evidentes razones estéticas y de decoro, el cine nos ha escamoteado que las letrinas públicas eran también un lugar donde hacer tertulias y relacionarse con los vecinos. Sólo las familias adineradas dispondían de retrete privado, las clases populares debían acudir a las letrinas públicas, y nunca mejor dicho, porque defecaban en público. Como se aprecia en la imagen, no había cabinas individuales, sino salas comunitarias con bancos de piedra dotados de unos orificios a intervalos regulares que ya podemos imaginar para qué servían. Por debajo del banco de piedra transcurría una canalización de agua apropiada para evacuar las deposiciones y, en la foto, todavía es perfectamente visible el canalillo que transcurría a los pies de los defecadores. Por ese canalillo discurría agua y los funcionarios públicos depositaban allí unas esponjas que servían para limpiarse, y que eran también de uso comunitario. Podemos imaginar el ambiente del sitio, con gente entrando y saliendo, y las conversaciones que podrían tener lugar allí, a veces entre vecinos de asiento, a veces tertulias generales donde participaría toda la sala.

El otro día, durante la cita con mis dos lectores, tras plantearnos brevemente la cuestión de la pregunta que interroga por el sentido del Ser, y declarándonos incapaces de arrojar nuevas luces sobre el tema, convinimos en entregarnos a habladurías y cotilleos. Aunque el escenario donde tuvo lugar este encuentro fue la terraza de un bar y no una letrina pública. Guiado por un espíritu introspectivo y de autoexploración, me dediqué a contar un cotilleo que había llegado a mis oídos, en lugar de observar pasivamente las habladurías que pudieran proferir mis dos contertulios. El caso que narré es el siguiente:

Parece ser que unos días antes, en cierto bar de esta ciudad conocido también por sus actividades culturales, se hallaba presente una pareja en actitud amorosa. De repente, de entre la multitud, aparecieron unas chicas que atacaron al elemento masculino de la pareja alegando que estaba cometiendo una "agresión sexual". La supuesta agredida adujo que no era tal el caso, que eran pareja y que su proximidad no se debía a acoso ni agresión alguna. Finalmente la pareja incomodada de esta manera abandonó el local.

Esta habladuría, que supongo cierta en términos generales, me ha resultado especialmente cómica en primer lugar por lo esperpéntico del caso, y segundo porque ya tenía noticia de la actuación de este grupo que lo que más me evoca es a esas llamadas "patrullas vecinales" que a veces aparecen en barrios especialmente degradados; incluso conozco personalmente a alguna víctima de sus correrías anteriores. Desconozco cuál pueda ser la ratio de aciertos de esta patrulla, aunque la anécdota narrada y el caso conocido por mí no me hace augurar un balance exitoso. Por otro lado, sospecho que ciertos principios de procedimientos judiciales, como presunción de inocencia, verificación de pruebas, derecho a una defensa, apelación, proporcionalidad de la pena impuesta, prescripción, agravantes y eximentes, acusaciones en falso, etc, no forma parte del ideario de ese grupo. Más bien imagino que conciben el linchamiento como una forma de democracia directa (según escoliastas orales a Toni Negri en un seminario sobre Poder Constituyente). Hace unas semanas, en otro bar de ambiente parecido al que acogió la anécdota narrada, unos amigos me señalaron discretamente la presencia de una miembro de esta patrulla, pero parece que ese día no estaba de servicio. Debido a que corro un cierto peligro de coincidir con este cuerpo parapolicial, y visto que mi carencia de antecedentes en materia de agresiones sexuales no es ninguna garantía, sería de desear que emitieran un comunicado aclarando qué locales y zonas consideran bajo su "jurisdicción", y si los dueños de esos locales están de acuerdo. Así podría decidir si voy o dejo de ir a ciertos sitios. Mientras tanto, y como medida de protección, recomiendo a mis lectores masculinos llevar siempre un pequeño bote con algo de harina dentro y etiquetarlo con la leyenda CsBr, es decir, bromuro de cesio, pues estas sales tienen efecto sedante y se decía que se las daban en las comidas a los soldados españoles durante el extinto servicio militar para aplacar su líbido. Al llegar a un local de riesgo a donde acudes para ver la actuación de un amigo poeta, por ejemplo, puedes sentarte en la barra, pedir una cerveza, sacar el bote de supuesto bromuro manteniéndolo bien visible y pedir a todas las mujeres que se mantegan alejadas de ti como si se temiera en el local una inminente redada de la policía religiosa saudí. O eso, o que se pongan uniforme y lleven placa de identificación cuando estén de servicio las agentes de este somatén.

Animado de espíritu de empresa, y con el ánimo de que aprovechen las oportunidades que ofrece Barcelona a los emprendedores, me atrevo a proponer a estas personas que regularicen su actividad siguiendo la estela de la acrisolada tradición comercial catalana. La propuesta es muy sencilla: fundar una cooperativa y cobrar por lo que hacen. Hasta ahora se han dedicado a propinar palizas a supuestos agresores sexuales, a veces reales, a veces imaginarios, a veces sí pero no era para tanto, etc. Pero, ¿han pensado en la cantidad de hombres que no sólo no protestarían por recibir la paliza, sino que pagarían por ello? El vicio inglés creo que lo llaman. No sería mala promoción: pasar de agente parapolicial a dominatrix, ofrecer un servicio a honrados padres de familia y estresados hombres de negocios que necesitan el desahogo de un buen correctivo, y encima cobrar por ello. Si se deciden a emprender esta nueva actividad, que tengan en cuenta que no todo vale, como hacen hasta ahora, y aunque estén zurrando al cliente, éste no deja de ser cliente y merece unas ciertas atenciones que sus represaliados no reciben. No vendría mal que antes de empezar estudiaran algo de protocolo y buenas maneras en este sitio.

Bien, queridos lectores, hasta aquí el caso. Como podrán apreciar, un buen cotilleo debe ser real, truculento, esperpéntico y polémico. A partir de su estudio será posible profundizar en la condición humana e investigar la naturaleza de nuestras instituciones sociales. Y antes de terminar, aprovecho para exhortar a nuestras paramilitares a que renuncien a la práctica de la Ley de Lynch, no creo que sea una aplicación válida de la democracia directa y ante la falta de garantías con que ejercen su ministerio, resulta peor el remedio que la enfermedad. A ver si puedo dejar de ir a ciertos locales con el frasco de bromuro por si a caso; no quiero que mi vida social y lúdica se reduzca a fiestas tan poco atrayentes como la que pueden ver a continuación.