viernes, 28 de marzo de 2008

Actores encasillados en el papel

Marcial Lafuente Estefanía fue un escritor de novelas del Oeste, género que estuvo de moda entre cierta gente hace muchos años. Debió escribir centenares o tal vez miles de novelitas cortas porque su editorial publicaba una nueva cada semana. Durante cierta enfermedad que me forzó a guardar cama, mi padre pidió prestadas unas cuantas a un vecino que las coleccionaba para que me distrajera leyendo. Tras leer diez o quince me di cuenta de que casi todas eran variaciones de un argumento básico: llega un forastero, alto, silencioso, con cierto pasado trágico, ducho con el revólver, sobre un caballo fiel, hombre pacífico pero duro. El lugar está dominado por un terrateniente y sus bravucones matones que atemorizan a la gente de bien, sheriff incluído. Nuestro hombre resuelve el tema a tiro limpio (siempre en defensa propia), libera el pueblo, se casa con la chica bonita que ha conocido y se establece en un rancho a criar hijos el resto de sus días. Me asombraba mucho que mi vecino comprase una novela nueva en el kiosko cada semana, y que las coleccionara en su biblioteca, porque casi todas eran variaciones del mismo argumento: a veces el sheriff estaba comprado en vez de asustado, a veces el pasado trágico del héroe era la cárcel en vez de ser veterano de la Confederación. Pero detalles aparte, todo era previsible y repetido de una semana para la otra.

No me consta que ninguna de estas novelas se adaptara al cine, pero siempre me imaginaba al protagonista con los rasgos de John Wayne, el prototipo de actor encasillado en el papel, al cual siempre recordaremos como eterno vaquero del Oeste, hombre duro pero noble. Para mí estaba doblemente encasillado, porque además de interpretar las películas que hizo, en mi imaginación interpretaba también aquellas novelas, en las que no sólo el actor era siempre el mismo, sino que también el guión era repetido, coma más coma menos.

Ahora que han pasado los años, agradezco tanto a Estefanía como a Wayne la gran lección que me dieron. Uno interpretaba siempre el mismo personaje, el otro escribía siempre la misma historia. Como la vida misma. Gracias a ellos aprendí que todos los días de mi existencia serían casi siempre iguales, y que, por mucho que quisiera reinventarme, siempre estaría encasillado en el mismo papel. El primer día que llegué al destino definitivo que ocupo en mi trabajo y contemplé el despacho y el paisaje al otro lado de la ventana, me dije a mí mismo: "aquí voy a envejecer, viendo y haciendo cada día las mismas cosas". Y es que el guión de cada día parece escrito por Estefanía, porque siempre consiste en ligeras variaciones de un mismo argumento: madrugar, trabajar, esperar el fin de semana, las vacaciones, otra vez lunes, otra vez madrugar, trabajar, madrugar, trabajar, etc. Y así un año y otro también. Actor encasillado en un papel, y el guión siempre igual, igual, igual. Esta repetición continua del mismo papel y de la misma historia es la verdad de nuestras vidas, y es la verdad que se oculta detrás de la cara del poder: que no se fundamenta en nada que no sea la reproducción continua y siempre igual de nuestras vidas. Como diría un juez, de alguna manera somos colaboradores necesarios en este delito que el poder perpetra con nuestras vidas.

Cansado ya de estar encasillado en el papel, uno desea reinventarse a sí mismo, escribir un guión diferente, romper la baraja. Como la huelga que hicieron los guionistas de Hollywood, que paralizó los rodajes, uno desearía hacer una huelga de realidad que interrumpiese la reproducción de lo cotidiano. Sí, algún día deberemos hacer esta huelga, enviarnos sms diciendo "mañana no vayas a trabajar, ¡pásalo!". Dejar los platós vacíos y visibilizar cuáles son los fundamentos del poder: nada.

miércoles, 19 de marzo de 2008

¿El enemigo es como yo?

En 1954 Richard Matheson publicó la novela "Soy leyenda". Si tienes intención de leerla no sigas porque voy a contar el final. En dicha novela una extraña epidemia infecta a toda la humanidad. Los escasos supervivientes tienen síntomas que recuerdan a los vampiros: no pueden exponerse a la luz del Sol, temen las cruces y les repele el ajo. Durante el día se refugian en guaridas oscuras y hacen vida nocturna. La narración se centra en el único ser humano no infectado, que ha convertido su casa en una fortaleza para evitar los ataques de los vampiros, obsesionados por contagiarle y reclutarlo. Nuestro protagonista se pasa el día haciendo investigaciones médicas con la intención de elaborar un antídoto contra la enfermedad y lamentando su soledad. Al final, los infectados lo capturan, lo juzgan y lo matan. Durante toda la novela simpatizamos con él, el único hombre normal, hasta que, con su captura, él y nosotros entendemos que ahora la normalidad, siempre estadística, está en la sociedad de los infectados, y que nuestro personaje es la anomalía, el monstruo, y por eso debe morir. Él es la leyenda del título.

En 1971 se adaptó al cine la película, con el título inglés "The omegan man", que en España se convirtió en "El último hombre vivo", protagonizada por Charlton Heston. Esta película tiene como elemento notable el hecho de mostrarnos a los enemigos, los infectados, como hombres conscientes de su novedad, que repudian el pasado y desean constituir una nueva sociedad. Atribuyen su enfermedad a un castigo divino por la tecnificación del hombre y quieren reconstruir el mundo sobre las bases del primitivismo. Hay varias escenas de la película donde vemos a los infectados exponer su discurso, e incluso discutir con Heston sobre el mundo, la técnica, y los valores que deben regir en la nueva sociedad. Por supuesto Heston debe morir, como residuo monstruoso del pasado.

En 2007 hubo otra adaptación cinematográfica, llamada como la novela, protagonizada por Will Smith. La gran diferencia con la versión anterior es que ahora los infectados, además de ser fotosensibles, se vuelven criaturas irracionales: han perdido el lenguaje, no forman una cultura, y su comportamiento se rige por instintos primarios. Se han vuelto animales, aunque eso sí, agresivos y ansiosos por matar o por infectar a los sanos. Pero incapaces de hablar, de razonar y fundar un nuevo mundo. Son como perros rabiosos. En la novela la humanidad original resulta exterminada y sustituida por los vampiros. En la película de 1971 el final queda abierto: un adulto y unos niños consiguen marchar de la ciudad con una vacuna en busca de un lugar apartado de los infectados donde poder sobrevivir por sus propios medios. En la de 2007, una mujer y su hijo encuentran, casi por inspiración divina, una comunidad amplia y organizada, bien provista y defendida por el ejército. La sociedad humana no ha colapsado totalmente y queda un último oasis de la cultura tradicional.

¿Qué ha sucedido entre una película y la otra? En la de 1971 los enemigos son seres humanos con rostro, hablan, piensan, tienen un proyecto propio de mundo y lo están llevando a cabo. En la de 2007, por el contrario, los enemigos ya no son seres humanos, no hablan, no razonan, son animales salvajes incapaces de proyectar nada más allá de una emboscada como los lobos de cacería. Y su mundo, por supuesto, no es una alternativa al nuestro, bestias mal dotadas en comparación con los animales salvajes, están abocados a la extinción. En la primera película, un puñado de humanos no contagiados, todos niños menos uno, huyen de la ciudad sin saber bien a dónde y sin contar con nadie más que ellos mismos. En la segunda los fugados encuentran una comunidad entera organizada como un campamento militar y dotada de medios.

En 1971 el enemigo todavía era humano, ya fuesen los hippies o los comunistas. Y se reconocía que su mundo era una alternativa posible al que había. En 2007, en cambio, el enemigo ya no es humano. Es el terrorista suicida, sin rostro, sin mensaje. Es el miedo difuso, el malestar cotidiano, la soledad, la depresión, la precariedad, el trabajo que odias, la hipoteca que no puedes pagar, el accidente de coche, la enfermedad, la explosión de tu piso provocada por el vecino al que deshaucian. Y ese enemigo, además de ser inhumano, no ofrece alternativa. La segunda película intenta transmitir esa idea: el enemigo es un perro rabioso con el que no se dialoga, el enemigo no tiene otro mundo que ofrecerte, el único mundo posible es éste y aquí están nuestros marines para defenderlo. Pero no olvidemos un detalle de la versión de 2007: los fugados encuentran el campamento militar por el irracional método de la inspiración o la corazonada. ¿No estarán admitiendo que la catástrofe, cuando llegue, será de tal magnitud que sólo nos salvaría una intervención divina?

miércoles, 12 de marzo de 2008

Algunas observaciones pertinentes

La materia prima de un estudioso de las ciencias misceláneas son los libros, o en general, las narraciones (para abarcar los nuevos soportes virtuales), o para decirlo aún más claro, "lo que se lee". En principio no debe descartarse nada, ni las novelas de Marcial Lafuente Estefanía (autor de novelitas del Oeste que se vendían en los kioscos hace muchos años) ni las actas de las sesiones de la Cámara de los Lores durante el siglo XIX (cuya copia a mano durante los sábados será el castigo impuesto en cierta escuela neovictoriana ideada por Neal Stephenson). Así como el geólogo explora un terreno tomando muestras de minerales y rocas, o el botánico arranca plantas para luego clasificarlas en su mesa de trabajo, el erudito misceláneo explora los continentes perdidos de las enciclopedias, cuanto mas desfasadas mejor. Pero a diferencia del botánico, que persigue descubrir nuevas especies y clasificarlas dentro de un gran sistema, el erudito misceláneo no espera producir nada nuevo, ni tan sólo descubrir, a lo sumo ansía redescubrir, sacar a la luz ese dato que ya asentó por escrito otro en su día, y que injustamente se ha olvidado porque no cuadra en ningún paradigma actual o porque, sencillamente, no sirve para nada. Se podría tachar al erudito misceláneo de padecer una modalidad intelectual del síndrome de Diógenes. Pero a diferencia del anciano que recoge basura y trastos inservibles de la calle para acumularlos en su piso, nosotros amontonamos datos, a veces curiosos, a veces estrafalarios, las más de las veces intrascendentes, de manera que nuestra cabeza parece un cuarto trastero abarrotado de fechas, nombres, anécdotas. Requiere un buen entrenamiento orientarse por la buhardilla de nuestra mente, tropezando con un desorden de cachivaches donde pueden convivir uno junto al otro Poncio de Aguirre (personaje del Buscón de Quevedo), el punto de fusión del molibdeno y los disturbios sociales que hubo en Inglaterra en 1752 cuando se anularon 11 días de septiembre para adaptarse al calendario gregoriano y los propietarios de pisos pretendían al final de ese mes cobrar el alquiler completo.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Propósito y metodología de este blog

El propósito principal de este blog es profundizar en el estudio y difusión de las ciencias misceláneas. Como propósito secundario nos hemos marcado: iniciar a los neófitos, ilustrar a los ya iniciados y alimentar nuestro ego. Pensamos que dar de comer al ego, esa especie de hermano siamés que llevamos enganchado durante toda la vida, también tiene su importancia, y más vale alimentarlo teniendo lectores que invadiendo Polonia; espero que sepáis apreciar la diferencia, sobre todo los polacos.

En cuanto a la metodología que usaremos, nos enfrentamos con la peculiaridad y esencia misma de esta ciencia. La miscelánea rehúye de todo método, abomina de ser un corpus del saber estructurado y no pretende elaborar ninguna teoría general de la realidad, hasta el punto de que desconoce cuál sea su propio campo de estudio. Por ello, pensamos que la mejor manera de acercarse a la miscelánea es con una mirada libre de prejuicios, olvidando todos los presupuestos que hemos asimilado a lo largo de la historia del pensamiento occidental (y de los otros puntos cardinales). Así, libres de todo andamiaje y aparato intelectual estructurado, nos acercaremos a las divagaciones mismas. Este debe ser nuestro lema: "¡A las divagaciones mismas!".

Está claro que vivimos en una época donde han caducado los grandes relatos del pensamiento, las cosmovisiones, las teorías que pretenden explicarlo todo. Tan sólo nos queda un flujo continuo de fenómenos cuyo correlato mental es un flujo continuo de divagaciones. Con tales materiales construiremos nuestra propia visión del mundo. Hecha igual que él: a retales, mal cosidos y seleccionados arbitrariamente.