martes, 2 de septiembre de 2008

El Gran Masticador


Queridos lectores: como habéis podido comprobar, este verano que ya termina hemos estado muy solemnes y serios planteándonos las grandes preguntas que nunca son respondidas. Así que con afán de agotar el tema por saturación, cual dipsómano que termina por aborrecer cierto licor de hierbas después de una monumental borrachera seguida de penosa resaca, dimos en leer La fábrica de absoluto, novela del checo Karel Capek publicada en 1922. Para aportaros sabiduría miscelánea, dejamos indicado que este escritor introdujo el término robot en su significado de máquina humanoide en una obra de teatro, hoy desfasada y sin más valor que el histórico, llamada RUR. La palabra robot procede de una raíz eslava que puede significar trabajo o servidumbre.
En La fábrica de absoluto un ingeniero inventa un carburador atómico, un generador de electricidad que quema carbón a base de reducir a la nada todos sus átomos y convertir toda esa masa en energía. Pero sucede que, igual que un motor de combustión emite como residuo CO2, el carburador, al destruir los átomos, además de energía libera como residuo Absoluto. El ingeniero lo explica acudiendo a Spinoza: de la única sustancia existente, la Sustancia-Dios-Naturaleza, que tiene infinitos atributos, nosotros sólo conocemos dos: la materia y el espíritu, la extensión y el pensamiento. Al destruir la materia de los átomos en el carburador, se manifiesta abiertamente el atributo espiritual presente en la sustancia, es decir, lo que vulgarmente llamamos Dios.
Allí donde funciona un carburador, en un radio de varios centenares de metros, el escape de Absoluto genera ataques de misticismo, curaciones milagrosas, levitaciones, profecías. Un poco más lejos sólo se producen conversiones de los transeúntes, y más lejos aún tan sólo una cierta atmósfera de santidad en el ambiente. Cada individuo reacciona ante el Absoluto de una manera diferente; los creyentes en alguna religión se la creen de verdad y realizan los milagros descritos en sus libros sagrados; los ateos se inventan nuevas religiones, como un feriante de tiovivo que establece un culto giróvago en su atracción de caballitos, o un aficionado al café que lo multiplica en una ceremonia parecida a la del té, pero con café.
A medida que se extiende el uso de carburadores para alimentar fábricas y ciudades, la explosión mística se hace incontenible. Cuando el Absoluto contamina una fábrica, el empresario, lleno de amor al prójimo, la regala a los trabajadores. Cuando un carburador se instala en un banco como calefacción, los empleados, con espíritu caritativo, regalan el dinero. Los masones declaran que se trata del Gran Arquitecto del Universo y se atribuyen el mérito. Los comunistas nombran al "compañero Dios" presidente honorífico del Partido. El Kaiser de Alemania proclama que es el Espíritu Absoluto que ha llegado a su máximo desarrollo histórico a través del Estado alemán. La iglesia católica se ve obligada a beatificar al Absoluto, a canonizarlo y, en una ceremonia novedosa, a deificarlo, pero con dudas teológicas sobre quién es de las Personas de la Trinidad. Algunos ateos irreductibles intentan diseñar mascarillas "anti-Dios" para protegerse de las emanaciones de los carburadores...

En la novela se hace un repaso de cómo reaccionan diferentes grupos y cofradías ante la situación hasta que.... hasta que encontré el detalle misceláneo que nos ha devuelto a la inmanencia. Se trata de los fletcherianos. No pensaba darle más importancia suponiendo que sería alguna facción republicana irlandesa, como los fenianos, ¡pero qué equivocado estaba! Los fletcherianos eran un dignísimo precedente de las diversas sectas digestivas que proliferan hoy: vegetarianos, veganos, macrobióticos, crudívoros, etc. Los fletcherianos eran los partidarios de las doctrinas de Horacio Fletcher (véase la ilustración), conocido en su época como El Gran Masticador. En esencia, el señor Fletcher sostenía que todo bocado alimenticio (líquidos incluidos) debía masticarse exactamente treinta y dos veces, práctica de la cual se derivaban grandes beneficios salutíferos. Su lema era: "La Naturaleza castigará a los que no mastiquen". La "fletcherización" incluía determinadas técnicas como por ejemplo el examen cotidiano de las "cenizas digestivas" como denominaban a las heces fecales, cuya ausencia de mal olor sería testimonio de que un fletcheriano seguía correctamente su disciplina masticante.
Es una lástima que el fletcherianismo esté extinguido, así que desde aquí animamos a cualquier persona que tenga alguna inquietud dietética a su resurrección. Compitiendo con veganos y crudívoros en el mercado de la ética gastronómica, se podrían establecer sociedades de estudios fletcherianos, impartir talleres de masticación o abrir un cenador fletcheriano los viernes en algún centro social. A ver si alguien se anima, que en este campo de la alimentación, cosas más friquis y delirantes se están haciendo y además con pretensiones de respetabilidad.

No voy a contar cómo termina la novela, ni qué pasa al final con el Absoluto, pero espero que mis lectores compartan conmigo la idea de que, desde una perspectiva miscelánea, posibilitar el conocimiento de la vida y la obra de Horacio Fletcher, el Gran Masticador, es mérito suficiente para recomendarla.