domingo, 21 de diciembre de 2008

Tengo la solución a la crisis


Queridos lectores de este blog: ya sabéis todos que nos hallamos sumidos en una profunda crisis económica. No importa tanto cómo haya empezado sino lo que sucede a partir de ahora: debido a una profunda desconfianza generalizada los bancos no conceden créditos ni las empresas logran vender su stock almacenado. Debido a que no se vende es necesario parar la producción de las fábricas y despedir trabajadores. Como éstos se quedan sin ingresos no pueden consumir y se alimenta el círculo vicioso. La clase política nos ha hecho ya todo tipo de advertencias: este sistema es el único posible, no hay alternativa, tenemos que sostenerlo entre todos. Pero está claro que sólo con buenas intenciones no se arreglan las cosas. Hace falta pasar a la acción. Y creo que he encontrado la solución. Reconozco que el mérito no es exclusivamente mío sino que he sido iluminado por dos grandes faros. Digámoslo sin rodeos, se trata de nuestro simpático alcalde, Jordi Hereu, y de nuestro discreto y sagaz presidente Montilla. El primero ha considerado que las luces que adornan las calles por Navidad son un poderoso estímulo para fomentar el consumo, y el segundo nos ha instado a todos a comprarnos un coche. Y después de oír las recomendaciones de estas dos luminarias también a mí se me encendió algo en la cabeza y me dije a mí mismo: ¡pues claro! ¡eso es!.

Nuestra salvación está en el consumo.

Repetid todos conmigo: nuestra salvación está en el consumo. Pero claro, que hay que consumir ya nos lo dicen nuestros dirigentes, el problema, como sabemos todos, es que gran parte de la población no puede consumir en la cantidad que haría falta para revitalizar la economía. Y no es por desidia ni desafección al régimen, no señor. Ayer mismo tuve ocasión de comprobarlo. Era sábado por la tarde y me daba un paseo por el centro de nuestra ciudad. Hacia las ocho de la tarde, de la plaza Universitat, salían unas 300 personas que lo hacían para manifestar su solidaridad con la insurrección que tiene lugar en Grecia estos días. Pero en las calles vecinas había una manifestación mucho más numerosa. Fui incapaz de contabilizarlos, pero diría que había miles de manifestantes, sin pancarta de cabecera, sin megáfono, sin corear consignas, que se habían echado a la calle, como cada sábado, para mostrar su apoyo al sistema capitalista y al consumo. Por lo tanto, me ratifico en lo dicho más arriba: la gente consumiría mucho más de lo que lo está haciendo si pudiera, y así arrimaría el hombro para poder salir de esta crisis.

Como ya sabemos, el capitalismo es la contradicción en movimiento, pues requiere que se den simultáneamente dos requisitos que parecen mutuamente excluyentes: una masa de trabajadores precarios, con sueldos lo más bajo posibles y amenazados continuamente con la exclusión y el paro, y por otra parte una masa de consumidores dispuestos a derrochar. ¿Ambas masas deben estar formadas por las mismas personas? Por otra parte, nos dicen que estamos demasiado endeudados, que hemos gastado por encima de nuestras posibilidades y que debe fomentarse el ahorro para encauzar ese dinero hacia la inversión. ¿En qué quedamos pues? ¿Nos lo gastamos todo o ahorramos? (no suele llegar para las dos cosas a la vez).

Pero creo que con estos preliminares nuestros lectores se estarán poniendo nerviosos a la espera de que desvele la solución que he encontrado para la crisis. Así que vamos allá. Como decía antes, para reactivar la economía tiene que haber consumo. El problema es que la población no puede consumir porque tiene deudas, está en paro o, en general, gana un salario de subsistencia. Y claro, las empresas no están dispuestas a aumentar porque sí esos salarios ya que la reducción de costes es una parte importante del origen de sus beneficios. Bien, admitamos que en esta era de precarización masiva el consumo de masas no tiene mucho sentido. Aquí entro yo en escena. Propongo en primer lugar un cambio de paradigma: dejemos de pensar en términos de oferta y demanda. No existe la oferta de mercancías, sino la demanda de consumo. Mi idea es fundar una empresa de servicios que atienda esta demanda. Estoy dispuesto a atender a todas las empresas que están demandando consumo. Naturalmente, como estamos en una situación excepcional, tenemos que empezar acogiéndonos a las ayudas que los Estados están proporcionando a los bancos. En Estados Unidos han demostrado una vez más su pragmatismo: la última ayuda de 700.000 millones de dólares surge directamente de la imprenta con la que se fabrican billetes, y no me vengan con aquello de que así se provoca inflación, eso es lo que necesitamos precisamente cuando acecha el monstruo de la deflación. Propongo que nuestro gobierno haga lo mismo: que ponga a girar más deprisa la imprenta de los euros para financiar mi empresa. Dotado de este capital inicial mi empresa acudirá al rescate de todos aquellos que acumulan stocks de mercancías sin vender y se las compraré. Veamos un ejemplo concreto. Ahora es necesario acudir en ayuda del sector del automóvil. Pues bien, mi empresa se pone en marcha y moviliza a su plantilla de trabajadores. Cada día, a las diez de la mañana, nuestros empleados se presentan en los concesionarios de los diferentes fabricantes con la intención de comprar un coche. Les atiende el vendedor de turno, les muestra los diferentes automóviles, modelos, colores, les explica las prestaciones, se regatea, se rellena el papeleo, y después de un par de horas nuestro empleado sale del concesionario con su flamante coche nuevo pagado al contado. Otro ejemplo. Las grandes superficies comerciales. Mi empresa tendrá toda una sección especializada en atender esta demanda. Enviamos a varios centenares de empleados a pasar sus ocho horas de jornada laboral diaria comprando en los grandes almacenes. Entran a las diez de la mañana en el establecimiento que tiene cada uno asignado para ese día y se pasan varias horas comprando diversos artículos, tan sólo se les permite una pausa de 10 minutos para ir al lavabo. A mediodía una hora para comer, y por la tarde, vuelta otra vez a comprar hasta que finalicen su jornada. Naturalmente nuestra empresa dispone de inspectores que siguen a nuestros empleados para asegurarse de que hacen bien su trabajo y compran en lugar de pasarse horas merodeando y escaqueándose de su obligación.

Evidentemente, una vez que salgamos de la crisis, y no nos cabe duda de que nuestra empresa lo conseguirá, habrá llegado el momento de dejar de depender de las ayudas del gobierno, al fin y al cabo no somos comunistas. A partir de ese momento no tendremos más remedio que cobrar a las empresas que soliciten nuestros servicios de consumo. Pero somos gente seria y nos habremos ganado una sólida reputación. ¿Que la tienda X está vacía? No hay problema, nos llama el gerente de la tienda X y, tras pagarnos nuestros correspondientes honorarios, le garantizamos que al día siguiente tendrá su tienda llena con nuestros empleados dispuestos a consumir sus productos. Garantizado. Y si la tienda X no queda satisfecha, le devolveremos su dinero.

Ah, por cierto, necesitamos contratar empleados. Tenemos vacantes muchas plazas de agentes consumidores. Los interesados nos pueden enviar un curriculum.

Nota: esto va en serio. Los problemas absurdos requieren soluciones absurdas.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Autobiografía sin acontecimientos


Considero la vida como una venta donde tengo que esperar hasta que llegue la diligencia del abismo. No sé adónde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esta venta una prisión, porque estoy obligado a esperar en ella; podría considerarla un lugar social, porque aquí me encuentro con otros. No soy, sin embargo, ni impaciente ni vulgar. Dejo estar a los que se encierran en el cuarto, echados indolentes en la cama donde esperan sin sueño; dejo hacer a los que conversan en las salas, de donde las voces y las músicas llegan cómodas hasta mí. Me siento a la puerta y embebo mis ojos y oídos en los colores y los sonidos del paisaje, y canto lento, sólo para mí, vagos cantos que compongo mientras espero.

Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. Gozo de la brisa que me dan y del alma que me dieron para gozarla, y no pregunto más ni busco. Si lo que dejé escrito en el libro de los viajantes puede, releído un día por otros, entretenerlos también en el tránsito, estará bien. Si no lo leen, ni se entretienen, estará bien también.

Fernando Pessoa: Libro del desasosiego