jueves, 22 de enero de 2009

Un negocio piramidal


El Método Ponzi, o modelo de negocio piramidal, viene teniendo gran protagonismo de un tiempo a esta parte, y ello parece ser debido a que, en última instancia, todo negocio especulativo es alguna clase de variante de la estafa piramidal. Toda entidad financiera que paga unos intereses por encima de la media lo hace siguiendo el sistema que inauguró el señor Ponzi: los intereses que se pagan a los antiguos inversores no vienen de rendimientos del capital de la entidad sino del capital que aportan los nuevos socios, con lo cual se requiere, para que este tinglado se sostenga, que entre contínuamente gente nueva siguiendo un ritmo exponencial. Pero tarde o temprano, debido a esa pertinaz finitud que caracteriza a las cosas de este mundo, dejan de surgir nuevos socios y la pirámide se derrumba: si decrece el ritmo con el que se reclutan nuevos miembros, los antiguos dejan de recibir sus intereses. Y así ha sucedido con Madoff, con Forum Filatélico, y con tantos otros.
Como consecuencia de lo que dicho queda, el concepto de negocio piramidal ha sufrido un gran descrédito, y el propósito de este post es demostrar cómo no hay mal que por bien no venga, y un negocio piramidal puede venir a socorrernos en esta era de dificultades, rehabilitando, de paso, al escarnecido cuerpo geométrico.

Por otra parte, bien mirado, todo el sistema capitalista es, de hecho, una suerte de sistema piramidal: los empresarios procuran pagar los sueldos más bajos posibles para reducir costes y aumentar beneficios, pero para realizar esos beneficios necesitan vender lo producido. Está claro que los trabajadores precarios, a la larga, no pueden constituir la masa de los consumidores compulsivos, por lo que se necesita continuamente abrir nuevos mercados. Además, siguiendo la lógica del capital, el beneficio obtenido debe reinvertirse en una escala mayor, pues el dinero inmovilizado no es capital y se deprecia. En definitiva, el capitalismo necesita el crecimiento continuo: más producción, más consumo, y si es posible a un ritmo cada vez mayor. Esto lo resumía Marx cuando decía aquello de que el capital debe conjurar contínuamente sus propios límites. Por tanto, todo el sistema capitalista se puede ver también como un inmenso negocio piramidal que, tarde o temprano, se interrumpe por causa de la obstinada finitud de las cosas de este mundo, y eso parece ser muy malo para una máquina que necesita girar siempre, y acelerando.

Meditando sobre este asunto, y deleitándome en la contemplación de esa extraña pirámide que aparece en los billetes de dólar, fue como di en pensar que si las pirámides virtuales de la estafa y el crecimiento continuo chocan contra los límites de la realidad, tal vez las pirámides materiales, las de piedra, pudieran socorrernos en estas apreturas que ahora sufrimos. Como es sabido por todo el mundo, en el Antiguo Egipto se construían pirámides, amén de templos, hipogeos, canales de riego y, en general, toda suerte de obras públicas. Al contrario de lo que cree el vulgo, estas obras las llevaban a cabo trabajadores asalariados, pues en Egipto no había esclavitud (fuera de casos aislados). Incluso se tiene constancia de la primera huelga documentada de la historia protagonizada por estos trabajadores. Sucedió en el año 29 del reinado de Ramsés III (segundo faraón de la vigésima dinastía) entre los obreros que construían las tumbas del Valle de los Reyes. Debido a que los trabajadores dejaron de recibir los suministros que constituían su paga (no usaban la moneda), se declararon en huelga y marcharon en manifestación hacia los templos locales (o sea, las sedes de los centros administrativos del Estado). Allí presentaron un pliego de peticiones cuyo contenido se ha conservado: "...Hemos venido aquí a causa del hambre y la sed. No tenemos ropa, ni cosméticos, pescado ni verduras. Informad al Faraón, nuestro buen señor, sobre la situación, e informad al visir, nuestro superior, de que los suministros tienen que sernos enviados".

Pero basta ya de divagar y vamos entrar en materia. La pregunta que debemos hacernos es ¿en qué se nota que hay crisis? Y para facilitar la reflexión de los lectores, nos vamos a retrotraer al pasado. Antes del capitalismo, se notaba que había crisis por el hecho de que no había para comer: las cosechas habían fracasado por sequía, por plagas, por inundaciones, o por disminución en la productividad del suelo; era lo que se llaman "crisis de subsistencia". Los graneros estaban vacíos. Repitan todos conmigo: Los graneros estaban vacíos. Pues bien, ahora viene la gran pregunta, en estos momentos, ¿están vacíos los graneros? Para reunir evidencia de primera mano, he salido a la calle y me he dirigido a un supermercado Caprabo: los estantes estaban llenos a rebosar, había de todo, exactamente igual que antes de la crisis. Después he pasado ante el escaparate del bazar El Regalo: lo mismo, lleno de televisores, batidoras y demás menaje electrónico. He llegado a la conclusión, pues, de que los graneros están llenos. Luego no hay crisis de subsistencia: tenemos de todo. Es más, en la prensa dicen que algunas fábricas despiden obreros porque tienen stock sin vender en sus almacenes: no es que haya de todo, es que hay demasiado de todo: coches, pisos, etc. ¿Luego dónde está el problema? Si nuestro sistema económico es tan productivo que no sólo tenemos de todo, sino que producimos más de lo que podemos consumir, la solución es obvia: producimos menos y rebajamos de manera generalizada la jornada laboral. Con lo cual no entiendo cómo es que en la Unión Europea se está proponiendo aumentarla hasta las 65 horas semanales... de verdad que no se entiende. Como tampoco se entiende que la solución que se propone a esta mal llamada crisis (¡pero si hay de todo y encima sobra!) sea la vuelta al keynesianismo: que el Estado fomente las obras públicas. Más autopistas, más trenes de alta velocidad, más pistas de aeropuertos, más puertos deportivos, más infraestructuras, más cemento en la costa, en el llano y en la montaña. Más de lo mismo que ya tenemos... No me negarán que esta solución tiene un gran impacto sobre el territorio, el paisaje, contamina, degrada, consume energía... Bien, aquí llego yo con mi propuesta. Se trata de una solución keynesiana pero con la intención de minimizar el impacto sobre el territorio, el despilfarro energético, la contaminación, etc. En vez de construir más autopistas y más puertos deportivos que no necesitamos, propongo, de acuerdo con la naturaleza piramidal del capitalismo y de sus crisis y estafas, que construyamos pirámides de verdad. Esto requiere, desde luego, recuperar las costumbres funerarias del Antiguo Egipto y modificar el protocolo sobre los funerales de Estado. Empezando por el Rey, y recorriendo hacia abajo todo el escalafón autoritario: ministros, presidentes de comunidades autónomas, alcaldes... todos ellos deberían encargar, con el dinero que dicen dedicarán a rescates financieros de bancos, encargar, digo, una pirámide para el día que fallezcan. ¿Que hay un ERE en la Seat de Martorell? No pasa nada, nuestro presidente, el señor Montilla, encarga su pirámide y los obreros que iban a ser despedidos tendrán por delante veinte años de trabajo asegurado. El impacto de este tipo de obra pública es muy inferior al de una autopista, por ejemplo: la pirámide ocupa muy poco terreno, está hecha de piedra, no produce residuos contaminantes... Una vez construida no sirve absolutamente para nada, pero el negocio no está en la utilidad de la obra acabada, sino en su misma construcción, a semejanza de ciertos canales de regadío por los que jamás ha corrido agua pero que supusieron un buen negocio a la empresa que los realizó.

Estudiemos ahora la cuestión desde un punto de vista ligeramente diferente. ¿Qué es lo que realmente sucede?, quiero decir, ¿cuál es la necesidad que no se satisface y que provoca la crisis? Uno podría pensar: hay demasiada mano de obra que no puede ser absorbida por el sistema económico... ¡Falso! pues hasta hace cuatro días teníamos una situación de pleno empleo y, como ya he dicho, eso no es un problema sino una bendición: se rebaja la jornada laboral y así todos trabajamos menos. De lo que en realidad hay demasiado hasta el punto de que el sistema capitalista no puede absorberlo es de... Capital. Como ya se dijo antes, el beneficio obtenido por la empresa se tiene que invertir de nuevo para que vuelva a funcionar como capital, con lo cual hay cada vez más capital queriendo ser invertido... hasta que llega un momento en que ese capital ya no encuentra dónde invertirse, es una crisis de sobreproducción, y eso el capitalismo, en vez de oxímoron, lo considera catástrofe.

Hay una tercera solución al dilema que me parece la más razonable: no pensar en las necesidades del Capital (que siempre tiene "necesidad" de invertirse), sino en las de la gente; si ya hay mucho de todo, pues lo dicho antes: se reduce la jornada laboral de manera amplia y general. Si no se quiere hacer esto, entonces queda el keynesianismo en sus diversas variantes: o se construyen más autopistas y coches que no se necesitan o bien se construyen pirámides, que tampoco se necesitan pero que ensucian y matan menos.

1 comentario:

sublibrarian of the year dijo...

Exquisito post.

Pero oiga, y no sería un camino alternativo a éstos que usted plantea, y conste que no pretendo ser truculento, el puro fomento del desastre.

Reflexionemos un poco, ¿no es el huracán cierta forma de aventar capital? ¿No ocurre que después de la riada llega la urbe? ¿No es más cierto, en fin, que es necesario esponjar lo material para dar nuevos bríos a la máquina? El viejo asunto de los huevos y las tortillas...

¿Y qué me dice de Aznar? El viernes leía yo que estaba presentando la Cumbre de los negacionistas del cambio climático... Y el sábado tifón.

¿No será todo esto parte de alguna estructura narrativa más intrincada?

Porque podemos quedarnos en el sano "progresismo buenista" y considerar a nuestro antiguo presidente como la cabeza de un conglomerado de petroleras que tratan de dejar un cenicero a las generaciones venideras.

¿Pero y si nos perdemos algo con este análisis de claustro de maestrillas?

¿Y si el plan es provocar el apocalipsis climático para ofrecer sostenibilidad prolongada a un capitalismo que rompe sus diques?

¿Y si John Maynard se ha vestido de Parca para la ocasión?

Bien, aquí le dejo este comentario.

Con humildad.

Y fe en nuestros dirigentes.