miércoles, 8 de octubre de 2008

Ballardiana


BALLARDIAN: (adj) 1. of James Graham Ballard (J.G. Ballard; born 1930), the British novelist, or his works. (2) resembling or suggestive of the conditions described in Ballard’s novels & stories, esp. dystopian modernity, bleak man-made landscapes & the psychological effects of technological, social or environmental developments.

El diccionario Collins define así el neologismo "ballardiano", relativo al novelista J.G. Ballard; análogo a las condiciones descritas en su obra, especialmente la modernidad distópica, paisajes desolados de factura humana y los efectos psicológicos del desarrollo tecnológico y social.

Si tuviéramos que condensar aún más el término "ballardiano", entonces diría que se refiere al reconocimiento y la asunción de nuestro presente distópico.

A alguien que no haya leído nada de Ballard podría decirle que es un escritor de ciencia-ficción y, a continuación, recomendarle su novela La isla de cemento. Tras leerla, extrañado, mi interlocutor me preguntaría qué tiene esa obra de ciencia- ficción. La pregunta sería pertinente, pues esta novela se sitúa en nuestra época y tiene por protagonista a un arquitecto londinense que, volviendo a su casa en coche una tarde, se sale de la carretera por accidente y va a caer a un gran descampado rodeado por un nudo de autopistas. Malherido, incapaz de salir de esa isla, invisible desde las carreteras por los terraplenes y la vegetación, debe sobrevivir por sus propios medios mientras explora esa desolación de chatarra y, simultáneamente, se explora a sí mismo.

Una perplejidad semejante experimenté al retomar la lectura de William Gibson. Había leído el Neuromante y las otras novelas que constituyen la trilogía del Sprawl. Tiempo después volví a Gibson con Mundo Espejo (Pattern Recognition). Empecé su lectura con la idea de que estaba revisitando el mundo ciberpunk, un mundo situado en un futuro próximo, pero aún futuro. Sin embargo, al avanzar tan sólo unas pocas páginas advertí demasiada familiaridad entre lo narrado y nuestra propia realidad... hasta que caí en la cuenta de que la acción transcurre poco después del 11-S, es decir, en nuestro presente. Y me vino a la cabeza la idea: hemos alcanzado el futuro. El mundo ciberpunk concebido por Gibson es ya nuestro mundo, y por tanto una novela de ciencia-ficción ya no habla del futuro, habla del presente. En cierta manera era de esperar, pues nosotros somos el futuro para los autores clásicos del género que escribieron en los años cuarenta.

Y J.G. Ballard comparte con otros autores y lectores de ciencia-ficción esta idea común: la de haber alcanzado el futuro.

Pero, ¿qué futuro? Si hemos de hacer caso a Ballard, y a nuestra propia experiencia, el futuro, el presente ya, es una distopía. Todos lo sabemos, pero siempre viene bien que alguien nos lo diga en voz alta. Los personajes de Ballard no sólo lo saben, sino que, cuando lo descubren, experimentan una suerte de liberación (¡pero era por esto por lo que me sentía mal!). Una liberación que no consiste en dejar de sufrir la distopía, sino en dejar de fingir que no vivimos en ella.

Estos días, cuando avanza la crisis financiera y los gobiernos inyectan dinero a los bancos, podemos imaginar al director de nuestra sucursal bancaria como un personaje ballardiano. Ha dejado de preocuparse. Sabe, siempre ha sabido, que el dinero que prestaba a sus clientes no existía, que su entidad se lo inventaba, vía asiento contable, en el momento de conceder el crédito. Sabe que el dinero que los gobiernos dicen inyectar en los bancos no existe, que sale de una imprenta o probablemente ni eso, que simplemente son números tecleados en una terminal de ordenador. Sabe que las transacciones financieras, las compras y ventas de títulos, bonos y obligaciones no son más que actualizaciones de bases de datos. Sabe que si ahora se presentaran en ventanilla todos sus clientes a reclamar sus ahorros, tendría que cerrar la sucursal, porque ese dinero ni existe ni ha existido nunca. Y cuando lee en la prensa la enésima llamada del ministro de economía a mantener la confianza en el sistema, cuando oye a fingidos expertos en la radio afirmar que esa confianza es la base de todo y debe continuar... entonces sabe que su liberación ha consistido en perder la fe, en no creer más. Y que su credo, a partir de ahora, se podría describir con la profesión de fe que hizo J. G. Ballard cuando le fue preguntado en qué creía él: "Creo en los olores corporales de la Princesa Diana".

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